Día 1 - De Tarifa a Sagres 6/09/18
Abrí los ojos a eso de las 08:00 y por primera vez lo hacía despertando en mi coche. ¡Qué a gustito y qué bien se sentía! Los amaneceres en el coche han sido sin duda uno de los momentos que más he disfrutado a lo largo del viaje. Y aunque en mi día a día no me gusta madrugar y me confieso una persona muy nocturna, en el viaje, mi ritmo circadiano parecía acoplarse al del sol y la luna a la perfección.
Con ese instinto de respirar profundo y de "crear espacios" que nos invade a los sadhakas (practicantes de yoga), desenrollé mi esterilla y detrás del coche, bajo la sombra de un árbol, empecé a respirar y a fluir llevando a cabo una pequeña practica muy pasiva pero reconfortante. El aire era cálido, olía a pino, y de lejos se oían los pájaros.
Creo profundamente que al despertar, igual que al nacer lo primero que hacemos es respirar, debemos tomar conciencia un instante de la belleza del momento. Porque respirar al fin y al cabo es vivir, y cada mañana es pues una nueva oportunidad para eso, VIVIR. Abraza el momento y respira. Respira profundo. Sin respiración no hay vida.
Terminé mi practica y algo adormilada (savasana - la postura del cadaver - es lo que tiene) Procedí a pegarme un duchazo con el estómago aún rogándome su desayuno/brunch, que ya se estaba retrasando demasiado.
El día anterior había estado tan a gusto en WET que no dudé en volver de nuevo para disfrutar de un buen bol de yogur con fruta, y una tostada de tomate y aguacate. Por supuesto, el cafelazo con leche de soja no podía faltar para espabilarme antes de ponerme de nuevo frente al volante.
Con el estómago lleno, llegó la hora de embarcarme en ruta hacia Sagres, al sur de Portugal. Allí tenía planeado pasar unos días practicando yoga y disfrutando de sus maravillosos spots. El Algarve portugués ya lo conozco de sobra (podéis leer el post sobre mi ruta en coche por el Algarve aquí) y Sagres, es un punto al que no me canso de volver (podéis leer el post de mi estancia de 3 días en Sagres el año pasado aquí).
Sagres era el destino perfecto para iniciar mi ruta por la Costa Vicentina: me era familiar, tenía amigos con los que alojarme unos días, y su ubicación se encontraba en un punto muy estratégico a medio camino entre España y la Costa Atlántica.
Desde Tarifa, se trataba de unas 4 horas de carretera así que, sólo quedaba poner la música a todo volumen y empezar a pisar el acelerador.
Durante el trayecto realicé un par de paradas para repostar gasolina, y para tomar algo a la altura de la calurosa Huelva que me acogía a 40 grados un 6 de Agosto.
Cuando por fin crucé la frontera de Portugal y empecé a recorrer la carretera del Algarve dirección a Sagres, tuve ocasión de reflexionar en cómo la vida, en cuestión de tan poco tiempo, podía haberme cambiar tanto. Y es que, tan sólo hacia un año estaba recorriendo esa misma carretera, pero en una situación completamente diferente.
Hacía balance de todo lo que había cambiado en mi vida personal y laboral, en mi evolución como persona y como mujer, en mis adentros, en mi alrededor. Los mismos ojos observando una misma carretera en dos momentos de la vida diferentes.
Os preguntaréis, mejor o peor que antes, Mary? No podría contestar ni una ni otra. Hacía un año habría respondido que me encontraba dichosa y feliz, y ese día frente al volante te habría respondido exactamente lo mismo. Mi conclusión era sencilla y concisa. Estaba donde y como tenía que estar. Estaba sola pero a la vez sintiéndome más acompañada y querida que nunca. Querida por un amor que nunca antes había experimentado. El amor a mí misma. Y eso, eso se sentía muy bien...
Sí, mi vida no era ni es la misma que la de hace un año, ni yo soy la misma persona. De hecho, no estaría haciendo lo que estaba haciendo de haber sido esa misma chica del verano del '17.
Observaba el sol del atardecer tras la luna del coche, su luz y su color, parecían mimetizarse con el color de mi corazón en esos instantes. Yo iba tras esos colores sobre las cuatro ruedas de mi coche, como si de cromoterapia se tratase.
El rojo del fuego que me movía en mi nueva aventura, los rosas asomando amor por la vida, mi sol interno irradiando más luz que nunca antes. O sol português! Benvindo a Portugal...
Y por fin en Sagres, atravesando la rua dos pescadores, Kiss, Rui y Keko me daban la bienvenida a Portugal, llevándome a cenar a Terra, un fantástico restaurante situado enfrente de Praia do Beliche.
Esa noche no dormiría en mi coche. La hospitalidad de mis anfitriones me garantizarían una cama y una ducha durante los próximos dos días. Trasnochar en mi cueva se quedaría en standby hasta mi siguiente destino. Pero hasta entonces, tenía dos días para disfrutar de mi querida Sagres. Lugar en el cual siempre se queda algo de mí. Lugar que me inspira y me hace sentir en casa.
¡Qué bien estar de nuevo en Sagres!
Con amor,
M.
NAMASTÉ
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